El próximo sábado 6 de febrero sube a escena en el Centro Cultural de la Cooperación el clásico Hamlet, de William Shakespeare, de la mano del director Manuel Iedvabni y un elenco integrado por Federico Olivera, Patricia Palmer, Héctor Bidonde, Ana Yovino, Luciano Suardi, Marcelo Savignone y Pablo Razuk entre otros.
Iedvabni tiene una trayectoria teatral exquisita como director. Entre sus últimos trabajos se encuentran Grande y pequeño, de Botho Strauss, Un informe sobre la banalidad del amor, de Mario Diament (estrenada el año pasado en el Teatro Cervantes). "Siempre queda algo de Bertolt Brecht en mis obras", reflexiona Iedvabni sobre sí mismo. Y no es para menos, ya que tuvo el privilegio de estrenar La resistible ascensión de Arturo Ui y de montar El círculo de tiza caucasiano, Santa Juana de los Mataderos y La buena persona de Se-Chuan.
Cuando la periodista se acerca al entrevistado, Manolo -como le dicen- saca un papel y afirma: "aquí está todo". La hoja tipeada con máquina de escribir contiene citas y reflexiones acerca de su concepción del Hamlet que se encuentra en la etapa de los últimos ensayos antes del estreno. Manolo lee: "Cada generación encuentra en Hamlet sus propios rasgos. Y quizá es esto, esta posibilidad de miradas en Hamlet como en un espejo, lo que constituye su genialidad. El Hamlet perfecto sería, al mismo tiempo, el más shakespeariano y el más de nuestra época. ¿Es esto posible? No lo sé. Pero sólo así puede valorarse cada escenificación shakespeariana: preguntándonos cuánto contiene de Shakespeare y cuánto de nosotros mismos. (Ian Kott, Apuntes sobre Shakespeare).
Éstas son las pautas que me sirvieron para encarar el trabajo -explica-. Tengo una identificación muy grande con Kott por la contemporaneidad. Me pregunto cuánto hay de nosotros en Shakespeare y cuánto de Shakespeare en nosotros. Nuestra solución en el vacío es el riesgo con los clásicos. En un clásico se repiten procesos hacia el infinito. La condición humana es la misma, no se ha modificado. Lo que varía es la coyuntura. Entonces me pregunto qué quiero decir ahora y qué tiene ganas de escuchar el público hoy o de participar del hecho teatral".
-¿Y qué le parece?
-Me parece que Hamlet reúne todos los elementos para ser la mejor obra del mundo de todos los tiempos. La más completa, con una visión profundísima por la implacable lucha del ser humano frente a la destrucción, frente al poder y a la depredación. Asistimos a una lucha que a veces me parece muy desigual, donde parecería que no hay ningún inconveniente en que se destruya el mundo. Nadie se opone verdaderamente a la depredación. Parecería (y esto es lo más dramático) que la ética de nuestro tiempo es: "después de mí, el diluvio".
-Cuando se refiere a este tiempo, ¿de cuál otro tiempo lo diferencia?
-Creo que esto es hoy más evidente que en los '70, porque en esa época había una expectativa de cambio posible. Eso hoy no lo veo con tanta claridad.
-¿Cuándo surgió en usted la idea de montar Hamlet?
-Es la obra que quise hacer toda la vida. Ojalá haya llegado a sabio más que a viejo. Espero que resulte. Es como darse todos los gustos.
-¿Desde que perspectiva abordaron la versión?
-Trabajamos con Malena Solda e Ingrid Pellicori. Respecto del hablar, del decir del texto, la idea que desarrollamos es que se pudiera decir con toda la contemporaneidad necesaria, con la misma sencillez con la que estamos hablando nosotros en este momento. Nada que ver con una receta clásica, porque no creo en todo eso. La misma contemporaneidad me obliga a reverlo. También trabajamos con la mayor condensación posible. Dura dos horas y media y está concentrada en los doce personajes principales. Hay, además, una utilización de máscaras que tiene una función específica en el espectáculo: contribuyen a crear ese mundo ambiguo y angustiante.
(Se lee más adelante -lector- en el apunte de Manolo: "´Dinamarca es una cárcel. Panópticos, celdas, en un estado de constantes sobresaltos, apuros, espionajes, murmuraciones, ansiedad y locura'". Iedvabni aclara: "‘El mundo está fuera de quicio', dice Shakespeare. Cada uno contribuye a que el mundo esté fuera de quicio, es un mundo de chismes, de conspiración. Cada uno tiene responsabilidad y contribuye a la tragedia".)
-¿Cómo fue su incursión en el teatro?
-De lo más curiosa. Soy uno de los rusitos de La Paternal. Vivía muy cerca de donde jugaba al fútbol Diego Maradona, pero mucho antes, claro -ríe-. Las opciones eran o fútbol o teatro, pero para el fútbol se me rompían muy seguido los anteojos y a mi viejo le salía carísimo, así que opté por el teatro. Mis viejos eran obreros judíos e inmigrantes y me llevaban de chico a ver en idish a un grupo filodramático obrero, que después puso el Teatro IFT. Ese fenómeno me impactó y ni bien pude sacarme de encima la escuela secundaria me metí a estudiar allí. A los 18 tenía claro que quería hacer teatro y que quería ser director. Tuve mucha suerte.
-Se puede decir que usted es un especialista en Brecht.
-Estrené algunas obras de Brecht. Ocho espectáculos. Tengo hermosos recuerdos de El círculo de tiza caucasiano o de Arturo Ui. Puedo decir que la secuela de Brecht, por suerte, no me abandona nunca, haga Shakespeare o Chejov. Es algo incorporado. Me interesa incorporar de Brecht todo lo que tiene que ver con la inteligencia del público, con la demanda de inteligencia del público.
-¿Cómo lo aborda desde la escena?
-No es premeditado, es más bien intuitivo. Pero en esa necesidad que uno tiene de establecer el vínculo con el espectador nace lo brechtiano. Esa necesidad de incidir en el espectador.
-¿Cómo se incide hoy en el espectador?
-Creo que cada espectáculo, en tanto se lo proponga, suscita interrogantes. Hay que abrir interrogantes, no bajar recetas de nada, abrir canales de comunicación y reflexión. A veces tengo la impresión de ser un tipo que se sienta en un tren y tira semillitas por la ventana. Algunas brotarán, otras no. Bueno: ése es el teatro.