Una minúscula porción de roca y arena blanca, completamente rodeada de agua, es espacio suficiente para emprender un viaje. La travesía para descubrir un territorio interior. Unidad y solitud en la isla donde caben los temas de la poesía de Hilda Doolittle.
María Celia elige los hilos, los enhebra, borda el recorrido insular. Cada estación es un hito en la palabra; cada objeto, el punto en donde confluyen biografía y creación.
Los poemas se viven en una atmósfera de luces y sombras, de crujir de telas, de sonoridad de perlas, de figuras hieráticas. Conmovedora intensidad.
Cuerpo y voz para la voz que Hilda dio a las calladas mujeres de la mitología, mudas por haber sido los hombres los que contaron sus historias. Leda hablándole al cisne; Helena en Egipto renegando de su destino de mujer bella. Safo en Euboia; Hilda en su tributo a Freud, los poemas de Pound, primer amor y mentor de sus primeros versos.
La naturaleza y las palabras precisas para perpetuarla en imágenes puras. Mitos. Visiones. La destrucción y las ruinas. Lo espiritual, lo sagrado, el éxtasis. La fidelidad a la esencia femenina. Su rescate. La construcción de una vida. Todo esto es Isla Blanca.
Y más.
Mónica Ortelli.