“Porque apenas ha dicho ‘esto es una pipa’, ha tenido que retractarse y balbucir ‘esto no es una pipa sino el dibujo de una pipa’, ‘esto no es una pipa, sino una frase que dice que es una pipa’, ‘la frase: ‘esto no es una pipa’ no es una pipa; ‘en la frase ‘esto no es un pipa’, esto no es una pipa: este cuadro, esta frase escrita, este dibujo de una pipa, todo esto no es una pipa’”. Michel Foucault, en Esto no es una pipa. Ensayo sobre Magritte.
Un canario parece construir su procedimiento desde un lugar equivalente. Cuando se busca dar cuenta, nominar, establecer la referencia, pensar la representación, armar un relato, deviene el desplazamiento constante. Pero empecemos por el principio: la propuesta de Miguel Israilevich, sobre un texto de Luis Cano, con la actuación de Alejandro Ojeda, logra eso que contadas puestas pueden llevar a cabo: ser un desafío intelectual fascinante y ser una propuesta placentera, disfrutable y divertida.
¿Qué vemos cuando vemos? Una pipa, un dibujo de una pipa, una frase que dice “Esto es una pipa”. Vemos un sitio con la marca indeleble de la mudanza, pasada o futura, cajas, cosas embaladas. Es un espacio definitivamente provisorio. En ese espacio, un hombre joven. Vemos un hombre, pero su trabajo vocal remeda la voz de una mujer. Y más que en el timbre o en el grano de la voz, escuchamos a una mujer por lo que dice. Mientras los paquetes se desenvuelven y las cosas son acomodadas en el lugar, algunas cosas se estabilizan: el personaje mueve la boca pero la que habla es una madre, y le habla a su hijo. ¿Podemos suponer que el que está en escena es el destinatario del discurso desordenado, no sólo en términos de cohesión y coherencia global, sino fundamentalmente en relación con el orden temporal? Sí, podemos, pero nadie garantiza nada. Es una hipótesis de lectura entre otras posibles.
Por otra parte, el discurso verbal está escindido de los actos (mínimos, cotidianos) que se llevan a cabo. La palabra va por un camino. La acción, ni siquiera la desdice, apenas si la desdibuja. Y el espacio, mientras tanto, se convierte en otro.
La que habla es Teresa. Conocemos algún dato de filiación, cómo se desenvuelven sus días, donde pasó la infancia de su hijo, sus habilidades para las plantas y para la cocina. Infinidad de pequeños detalles cotidianos. El trabajo con la oralidad es magistral. Pero es una oralidad ajena.
Sumemos que el cuerpo del personaje en algún momento empieza a actuar como si fuera manipulado por otro. Movimientos que no van en la línea económica y doméstica del discurso sino en otra dirección.
Y el espacio, por su parte, otorgará más sorpresas, logrará ampliarse ante los ojos de los espectadores.
Un canario es fabulosa porque cada uno de los elementos: lo sonoro, la iluminación, el vestuario, funcionan aceitadamente bien; el texto es extraordinario, la actuación de Alejandro Ojeda, impecable y la dirección, que entre muchas otras cosas nos convierte en testigos de un espacio que se muda ante nuestros ojos, increíble.
Hay muchas pero muchas razones para ver esta obra. Yo diría, todas.