El público en general, tal vez, asocie todavía el teatro musical únicamente con las enormes presentaciones. Muchas de ellas, no vernáculas. Propuestas casi exclusivas de teatros comerciales. Y aunque por suerte llegan grandes producciones (qué mejor para una cartelera como la porteña que la variedad) también existen otras, además de las de los maestros nacionales que, ¿cómo decirlo?, tienen otras dimensiones, otras recurrencias temáticas, otras propuestas estéticas.
Esta nota surge a partir de un hecho concreto que es la creación del Colectivo Teatral Musical, pero además aprovecha la oportunidad para darles la palabra a dos integrantes (un tercero, Damián Malher, compositor y director de orquesta, que actualmente asumió el rol de director de orquesta titular y director musical de Drácula, 20 años, se sumará para hablar del CTM) que hace unos añitos fueron objeto de una nota acá mismo. Ellos son Diego Corán Oria y Facundo Rubiño.
En 2006 estrenaron La Parka, en Liberarte. El año pasado, su reestreno en El Cubo les trajo aparejados, a Diego Corán Oria ser el ganador de los Premios Hugo al Teatro Musical como mejor director off, y a Facundo Rubiño el premio a mejor actor musical por su trabajo. Por otro lado La Parka, el musical, obtuvo el premio Mejor obra off.
Hoy, es necesario decirlo, encontramos un número importante de escuelas vinculadas con el género. Los maestros, evidentemente, además de impartir un oficio en el arte del teatro musical, han inscripto la pasión.
-¿Cómo fue que se acercaron al teatro musical?
Facundo Rubiño: -Creo que fue como la mayoría de los acontecimientos que suelen marcar para siempre a alguien: de manera accidental. Yo tenía unos trece o catorce años, y en Córdoba, por aquél tiempo, se sabía poco y nada del género, pero la curiosidad primero, luego el asombro y el deleite, posteriormente, me llevaron a él. Resulta que Exequiel Barreras (un amigo, un hermano), que ahora es un excelente coreógrafo en una importante compañía sueca, había ingresado en el cuerpo de baile de Drácula, de Pepe Cibrián Campoy. Yo profesaba cierta admiración por él. Hacíamos teatro juntos en un centro comunal de barrio y él me acercaba los casetes. Yo, encerrado en mi cuarto, mientras de fondo se escuchaba el tunga tunga de la Mona Giménez que cantaba en el club Las Palmas colándose entre la persiana de chapa, imaginaba mi propia puesta. Era como la ópera o la opereta (así lo veía por aquel entonces...) ¡Pero ahora entendía lo que decían!
Había, en la música, imagen y en la imagen acción dramática. Jamás pensé que iba luego a profundizar en el género; a dedicarle tiempo, entrenamiento, deseo. Yo quería actuar y con eso alcanzaba, y si era posible hacerlo todo el tiempo.
Comencé a formarme en el área de la danza primero y luego en el canto, en la Fundación Julio Bocca - Ricky Pashkus. Buscaba la posibilidad de abrir un lenguaje más, aprender un nuevo idioma que me acercara a la idea de actuar para vivir. Eso lo entendí más tarde, cuando para pagar la pensión en Buenos Aires hacía teatro en las calles de San Telmo e intentaba algún que otro afortunado desacierto creativo, donde mezclaba la danza, el teatro físico, el mimo, en la libre y genial impunidad de los que trabajan a cielo abierto. Sentía que, a veces, la necesidad de comunicar, narrar, expresar era tan imperiosa, que importaba poco si lo hacía manejando títeres, cantando, pegando al suelo con chapitas en los zapatos. Y sentía que, mientras más se escuchara, o se dejara oír, era mejor.
Aquellos que nos gusta viajar, encontramos herramientas en la multiplicidad del manejo de los lenguajes. Y todos los sistemas de artificio en los que suele girar el teatro musical me resultan interesantes para investigar y jugar. Trato de ser actor de teatro musical, de teatro de la calle, de tira televisiva, de teatro oficial u off..., ser una persona que actúa.
Diego Corán Oria: -Yo estudiaba teatro con Santiago Doria y una amiga me insistió para que probara. Me decía: "Vos tenés que hacer comedia musical y siendo varón seguro que te dan una beca". Fue así que en 2003 me presente a la Fundación Julio Bocca-Ricky Pashkus, me dieron la beca y empecé en esta vorágine pluralista de artes combinadas. Reemplacé los short de futbol por las calzas y los botines con tapones de aluminio por las zapatillas media punta.
La verdad es que me asombró y motivó mucho la posibilidad de descubrirme virgen en clases de danza y canto. Me gustó, me parecía un desafío y de ahí en más me sumergí de lleno en la disciplina.
-¿Y a quiénes consideran sus maestros?
F.R.: -Ah.... He tenido muchos y muy buenos maestros, guías, mentores, en cada una de las cosas que me enseñaron. Paso a contar: Joty Carthy, chamán cordobés, luego de una caminata en cámara lenta de dos horas por el centro de la ciudad junto a otros ocho compañeros, me ayudó a ver al trabajo como algo inserto en lo cotidiano, pero algo que, al mismo tiempo, era posible trascender. Ruben Viani, me transmitió la pasión en el estudio y en la dedicación al oficio. Julio Chávez, la elocuencia de la observación precisa y severa, la coherencia de las elecciones. Ricky Pashkus es un guía siempre atento, mientras pasa el tiempo a brindar lo más preciado: preguntas hacia el camino de la búsqueda de uno mismo. Abel Fumagalli, mi jefe y maestro de iluminación durante los cuatros años que trabajé en el plantel de luces del Teatro Maipo, supo enseñarme que trabajar es vivir y viceversa, supo enseñarme la ética del trabajo y los misterios del observar y ser observado, sus consecuencias. Lautaro Vilo, el poder de las palabras, las dichas y las que se esconden o se guardan.... Su valor dramático.
D.C.O: -Muchos me marcaron y me habilitaron nuevos campos para sembrar. De Santiago Doria me llevo el teatro "como una caricia para el alma", de Norman Briski capitalicé que la persona y el actor son una unidad potenciada en afectaciones que extreman los sentimientos, y que a partir de ahí está dado el construir una identidad de vida. Rubén Viani ordenó mi desorden y me dio libertad expresiva. Marcela Criquet me brindó la posibilidad de experimentar a sol y a sombra con el cuerpo la creatividad y las miserias humanas propias y de otros. Julio Chávez es un animal del teatro. Jamás vi y escuché a alguien que supiera tanto como él. Me brindó lo profesional del teatro. Pero, sin lugar a dudas, la persona que me marcó y me marca en materia de practicidad de vida en el arte es Ricky Pashkus. Lo considero mi mentor, mi gran maestro.
-La formación incluye pero no se restringe al teatro musical. Está bueno observarlo. Y ¿cómo ven el teatro musical en Buenos Aires? ¿Notan un crecimiento del género?
D.C.O: -Lo veo con ojos muy auspiciosos. Con muchas necesidades de crecimiento y con cada vez más personas que alimentan el fulgor de crear a partir de estos diversos recursos dramatúrgicos que te brinda el teatro musical. Hay un buen legado, referentes fuertes y muchísimo talento, lo que es placentero capitalizar para poder crecer. Éste es el momento de la unión, de crecer en equipo.
F.R: -Creo que existe un mercado del teatro musical que viene creciendo, como también crece el mercado de teléfonos celulares (en proporción, la comparación es claramente irrisoria). No creo en los booms. Me parece que existen acontecimientos que se suceden en el tiempo y que son resultantes de otros que los antecedieron. Y en este marco existen variantes que a veces generan un código de lectura que debe analizarse en esos mismos paradigmas. Es decir, si bien esa lectura es inherente a ese paradigma, el mismo, por oposición o ruptura con lo anterior, no es fortuito ni casual sino causal. (¡Joder! Me puse snob).
Lo que sí disfruto es ver y trabajar para contribuir en la producción de materiales propios, cercanos por coyuntura cultural. Lo cual no significa ni pretende ser una aniquilación de otros materiales importados, sino, muy por el contrario, entender que existen en ellos mecanismos formales en su estructura que pueden ser explotados, estudiados, sin que ello signifique apropiación de conceptos o copia del artificio sin alma que lo sostenga. Las escuelas que estudian el género en particular cada vez son más y cada vez aportan más herramientas para trabajarlo. Sin duda, creo que aún debemos seguir estudiando dramaturgia. Es la pata que nos veo más floja.
D.C.O.: -Yo quiero agregar que cada vez más estudiantes se abocan a esta disciplina. Hay un semillero emergente que día a día pone de manifiesto la necesidad de expresarse. Creció, crece y crecerá aun más. Depende mucho de la conformación de grupos y de la solidaridad entre ellos
-¿Cómo y por qué nace la idea de armar el colectivo, con qué objetivos?
(El CTM está compuesto por Leo Bosio, Diego Corán Oria, Damián Mahler, Matías Puricelli, Facundo Rubiño, Francisco Ruiz Barlett, Mariano Taccagni, Pedro Velázquez)
D.C.O: - El CTM nace de una necesidad. Leo Bosio fue quien llamó a unirse y nos fuimos acoplando. Me parece una idea de una utilidad enorme. Propagarse con sentido, construir una "coherencia coercitiva" en donde los componentes no tienen nada que perder. Es todo ganancia de objetivos primarios como la unión, la propagación del género y estimular al "ser" a poder ser cada vez mas libre en composición de la unión con sus pares. El vínculo construye la esencia.
F.R.: -Y es desde ese vínculo que deseamos trabajar en la creación del Primer festival de teatro musical de Latinoamérica, junto a otros directores, autores, músicos jóvenes que integran lo que de alguna manera acordamos en llamar CTM, Colectivo de Teatro Musical. No es una idea salida de un repollo, sino, como decía antes, lo inevitable en el tiempo.
Damián Mahler: -Yo diría que surge a partir de una necesidad de integración. Mientras estrenaba La Metamorfosis, ¿quién serás al despertar? el año pasado, junto a Mariano Taccagni, fui a ver La Parka. Salí fascinado y hablé con Diego Corán y empezamos con esta idea de juntarnos con algún fin común. Insistíamos con que "la unión hace la fuerza". Casualidad o no, Leo Bosio nos escribe a todos a los pocos días con el mismo motivo: juntarnos.
Y nos juntamos. Decantó naturalmente entre todos la necesidad de un espacio común, de cooperación mutua, en nuestro marco de autores jóvenes de teatro musical. Y no con la finalidad de unificar lenguajes, sino de remarcar la diversidad que tenemos en cuanto creadores. No creo que haya espectáculos más diferentes entre sí que La Parka y La Metamorfosis. Pero nosotros, sus autores, sí compartimos la misma lucha, los mismos deseos. Y de eso se trata el CTM: de compartir el camino. Por eso me sentí identificado al verlo. Y lo mismo me pasó al ver El Espejo o La Revolución...épica saga.
Estoy seguro de que el CTM es una semilla que dará frutos enormes si nos sabemos unidos y entendemos que la integración es parte necesaria para el desarrollo del teatro musical en nuestro país.
F. R: -Yo agregaría que pensamos y trabajamos de alguna manera, en respuesta, en acuerdo o refutando el trabajo de personas como Pepe Cibrián, Ricky Pashkus, Manuel Gonzalez Gil. Ellos crearon una plataforma de trabajo que hoy permite que esta idea sea factible, que exista un campo donde es posible gestionar esta comunicación. El del CTM, es un encuentro con otros creadores, en el que me siento contento de estar, no por simple orgullo bobo de pertenencia, sino porque me pienso activo en trabajar para lograr el espacio simbólico en el cual deseo estar, un espacio abierto, heterogéneo, sustentable en el tiempo, en donde, a través de la gestión en conjunto, la colaboración recíproca, los nuevos creadores encuentren un lugar de experimentación, difusión.
Nuestro primer objetivo, es la producción de este primer festival y alentamos a todos aquellos interesados en participar en acercar sus materiales, sus propuestas. Asimismo, también nos encontramos abiertos a abrir posibles vínculos que ayuden a hacer crecer este proyecto y a su fortalecimiento.
Como se verá es imposible decir que algo empieza, ellos han dejado muy claro que continúa y parece, por suerte, tiene larga vida por delante.